En los blogs anteriores he hablado de momentos clave dentro de un proceso de duelo o sanación, porque de eso se trata: de procesar y sanar. Hoy quiero contarles algunas de las cosas que experimenté a través de ese camino.

En el tránsito de esta situación aparecen sentimientos y razones que nos hacen pensar de mil formas y sentir otras tantas. A través del dolor atravesamos varias etapas que no puedo nombrar científicamente —eso pertenece a la psicología y no soy profesional—, pero sí quiero hablarles de algunas por las que transité y donde encontré EL REGALO.

Quizás se pregunten: ¿qué tiene que ver esto con EL REGALO? Muchísimo. Solo a través del dolor descubrí un sinnúmero de regalos que he recibido en mi vida. Y no es que esté romantizando el dolor ni la situación; simplemente, las manifestaciones llegan cuando estamos dispuestos a entender y escuchar el mensaje. Muchas veces es imposible hacerlo en medio del estrés del día a día.

Lo primero que tuve que enfrentar fue la incertidumbre: esa que no te deja en paz ni un instante, que te mantiene más ocupado que el mismo dolor. A veces no te explicas por qué suceden las cosas e intentas encontrar razones que no existen y que tampoco darán sentido a lo que sientes. Es una bola de nieve que crece con cada pensamiento y, en poco tiempo, se convierte en angustia. Angustia de no hallar respuestas ni justificaciones. En lugar de darte serenidad, se vuelve uno de tus grandes enemigos para procesar. Allí recibí mi primer regalo: entender, en mí mismo, que en cada situación no siempre debemos buscar un ¿por qué?, sino un ¿para qué?. No se resuelve de inmediato ni a corto plazo; llega en el momento adecuado, cuando aparece ese pequeño cargo de conciencia por sentirte bien y percibir que el dolor empieza a transformarse. Entonces nace un nuevo sentir, y puedes mirar la película desde otro ángulo y ver cómo todo puede impactar tu vida de otra manera.

Lo segundo que sentí fue la soledad, esa a la que permanentemente tememos y para la que casi nunca estamos preparados. Déjenme decirles algo de esta compañera que nos mira de frente esperando nuestras reacciones más extrañas. Aunque al principio te ves rodeado de personas que quieren darte abrazo y consuelo, en realidad estás solo en tu dolor: nadie puede experimentar lo que sientes ni del modo en que lo sientes. Con el tiempo, la gente se ocupa —tiene sus propios problemas— y caes en cuenta de que sí, estás solo: fuiste un momento de ebullición de empatía, compasión y, aunque suene mal, también de lástima. Eso no me reconfortó en mi momento de “dolor público”, pero sí fue gratificante saber que, en algún punto, fui importante para algunas personas.

Luego entras en conversación contigo mismo: vuelves a conocerte, a entender dónde te quedaste antes de volver a sentirte solo. Ese es uno de los mejores regalos: hablarte y consolarte, consentir al niño que llora dentro de ti porque ve caer sus sueños e ilusiones, como cuando se rompe el juguete más preciado. Entonces empiezas a construir desde tu niño, ese que un día dejaste para jugar a ser adulto y que olvidaste en la premura de las responsabilidades.

A veces crees que la vida se acaba por sentirte tan aparte, tan lejos de todo y de todos. Estás lejos del mundo porque lo único que quisieras es la compañía del ser amado que perdiste. Al no tenerla, debes encontrarte a ti. En mi caso, me aferré a Dios: me abrazó, me consoló y me dijo “no estás solo, estoy aquí contigo; entiendo tu dolor y daré fortaleza a tu alma para que transites tu tristeza, hasta que sientas el consuelo que solo yo puedo darte”. Me devolvió a mi niño —el que dejé atrás—, el que estaba lastimado sin saberlo pero aparece cuando necesito esa explosión de alegría. Sí, en mi proceso también he sentido alegría; y aunque a veces me haga sentir culpable, recuerdo las palabras de mi esposa: “Permite que tu alegría y tu energía alegren al mundo, porque en ellas está la gracia de Dios”.

Entonces entiendo que todo ha valido la pena. Quizás no lo habría valorado tanto si mi vida hubiera transcurrido de ese modo que llamamos “normal”. También comprendí dos cosas: creer en Dios y contar con Él no significa que nada nos pasará, ni que no habrá dificultades; Él nos forma para nuevos propósitos. Y, segundo —y más importante—, en el dolor profundo se experimenta realmente el amor de Dios. Qué maravilloso regalo, ¿verdad?

Tras cruzar estos momentos, llegué a un lugar desconocido: una calma que nunca había sentido. Mi dolor se transformaba en más amor, en la felicidad de haber hecho las cosas bien y de haber construido recuerdos que hoy me llenan de un gozo inmenso. Puedo dar gracias por lo vivido. No es que el dolor se haya ido —ese nunca se va—, pero sí podemos transformarlo en algo que no lastime: en algo que revitalice el alma, que nos haga trascender como seres humanos y nos permita ayudar a otros, compartiendo lo que un día se nos dio en forma de amor, compasión, empatía, compañía o conocimiento.

Pero, ¿cómo hacerlo? Aquí viene lo complicado. Pasaste tanto tiempo ocupado en sostener ese dolor y darle lugar a la tristeza, que cuando llega el espacio de tranquilidad no sabes qué hacer. Ya tu gran ocupación se fue. Entonces aparece la pregunta: ¿y ahora qué?, ¿a qué le doy mi energía?, ¿a qué entrego mis pensamientos? Empieza la búsqueda del camino. En mi caso fue pausada, sosegada; ya no con el ímpetu de antes, sino intentando entender por dónde seguir. Muchas ideas pasaron por mi mente, aunque sin mucho sentido: pensaba con la razón y este momento requiere más corazón. Aunque suene duro, Dios me dio la oportunidad de empezar desde cero para reencontrarme con mis sueños y construir su propósito a través de mis pendientes, de las cosas que quise hacer y que alguna vez dejé de lado.

Entonces aparece EL REGALO: la forma más tierna, dulce y sentida que encontré para contar una experiencia que puede servir a quienes atraviesan cualquier dolor. Y, sobre todo, me permite rendir homenaje a esa mujer que cambió mi vida para bien; que no solo trajo alegría, sino enseñanza. Parte de lo que me ayudó en este tiempo fue su fe inquebrantable y su manera de ver la vida desde el lado alegre, sin complicar lo simple y, en cambio, disfrutando las cosas sencillas. Espero poder estar a la altura de todo esto y decirles, con amor, que son bienvenidos a ser parte de este regalo.

One Response

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *